A falta de playa, lago natural o fin de semana largo, la Ciudad de México ha empezado a mirar hacia el agua que siempre tuvo pero pocas veces usó con fines recreativos. Canales, ríos entubados y antiguos sistemas lacustres hoy resurgen como escenarios de una fiebre acuática urbana: kayak entre trajineras, paddle board frente a árboles ahuejotes y clubes de remo que convierten viejos canales en pistas de entrenamiento. Lo que antes era solo paisaje se ha transformado en un gimnasio líquido para una generación que busca escapar del tráfico… remando.
Xochimilco: del paseo en trajinera al kayak de ciudad
Xochimilco dejó de ser solo sinónimo de fiestas sobre trajineras. En distintos embarcaderos han surgido experiencias que ofrecen kayak y paddle board como una alternativa tranquila y silenciosa para recorrer los canales. En vez de bocinas y hieleras, el sonido dominante es el chapoteo del remo y el canto de las aves.
Estas actividades aprovechan tramos menos concurridos, especialmente temprano por la mañana, cuando el agua está más calma y la neblina crea una sensación de “micro-lago” dentro de la ciudad. Para muchos capitalinos, es la experiencia más parecida a estar en Tequesquitengo o Valle de Bravo, pero a una hora de casa y sin pagar hotel.
El atractivo no es solo deportivo: es casi terapéutico. Estar de pie sobre una tabla de paddle o remar en silencio dentro de un sistema declarado Patrimonio de la Humanidad ofrece una especie de desconexión mental que antes solo se asociaba a destinos fuera de la ciudad.
Canal Nacional: el nuevo corazón del remo urbano
Mientras Xochimilco se posiciona como el rostro turístico, el Canal Nacional se ha convertido en la versión más “deportiva” del fenómeno. Tras su rehabilitación como corredor verde, surgieron clubes y grupos de remo que utilizan sus tramos para entrenamientos regulares.
Aquí el enfoque es distinto: no es pasear, es entrenar. Remo de velocidad, técnica, trabajo en equipo y constancia. En ciertas zonas ya se habla de “la pista de remo más larga que tiene la ciudad”, una especie de gimnasia acuática urbana donde jóvenes y adultos se reúnen al amanecer o al atardecer para remar entre concreto, árboles y ciclovías.
La postal es extraña y fascinante: un deporte asociado a ríos universitarios y lagos europeos, practicado en medio de una de las ciudades más grandes del mundo.
La Viga y otros espacios: nostalgia y reapropiación del agua
El Canal de La Viga, históricamente ligado al transporte de mercancías en la época lacustre de la ciudad, vive un rescate simbólico. Aunque no todos sus tramos son navegables hoy, el imaginario colectivo ha empezado a mirar de nuevo hacia él como un espacio con potencial recreativo.
Algunos colectivos y propuestas culturales lo presentan como un eje que podría conectar la memoria del “México lacustre” con nuevas actividades acuáticas. No es casualidad que en redes sociales crezcan los proyectos que sueñan con ver kayaks y tablas de paddle recorriendo espacios que durante décadas fueron ignorados.
¿Por qué los chilangos buscan agua sin salir de la ciudad?
Esta obsesión acuática urbana tiene varias explicaciones:
Porque el tráfico convierte los fines de semana en odiseas: llegar a un lago real puede tomar más tiempo que una jornada laboral.
Porque la ciudad carece de grandes parques con cuerpos de agua recreativos naturales, y estas experiencias llenan ese vacío.
Porque el bienestar mental se ha vuelto prioridad: remar y flotar se han convertido en nuevas formas de terapia urbana.
Y porque existe un redescubrimiento de la historia: los canales ya no se ven solo como infraestructura vieja, sino como vestigios vivos del origen lacustre de la ciudad.
¿Moda pasajera o nueva cultura chilanga?
La gran pregunta es si esto es un simple “boom” o el inicio de una transformación real de los espacios públicos. A diferencia de otras modas deportivas, los deportes acuáticos urbanos requieren inversión en limpieza, mantenimiento y regulación del agua.
Si las autoridades logran mantener limpios los canales y establecer reglas claras, es posible que estas experiencias se vuelvan parte permanente del ADN chilango: entrenar en la mañana entre trajineras, remar después del trabajo o tomar una clase de paddle surf sin salir del Periférico.
Más que una copia de Tequesquitengo, lo que está naciendo es algo distinto: una identidad acuática propia, adaptada al caos, el concreto y el ritmo único de la Ciudad de México.
Los chilangos no están escapando de la ciudad: están aprendiendo a flotar dentro de ella.
















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