En prácticamente todos los países del mundo, las mujeres viven más que los hombres. Esta brecha de longevidad, que ronda los cinco años de diferencia, ha sido un fenómeno persistente que la ciencia lleva décadas tratando de explicar. Hoy, las investigaciones más recientes sugieren que la respuesta no se encuentra en un único factor, sino en una compleja interacción entre la biología, la evolución y el comportamiento humano que otorga a las mujeres una ventaja sistemática en esperanza de vida.
En los primeros años de vida, la desventaja masculina ya es evidente. Los recién nacidos varones muestran mayor vulnerabilidad a enfermedades y trastornos genéticos, estableciendo un patrón que se mantendrá a lo largo de todo el ciclo vital. Durante la juventud, las conductas de riesgo más frecuentes en hombres los exponen de manera desproporcionada a accidentes y violencia. En la edad adulta, hábitos como el tabaquismo y el consumo de alcohol se suman a esta ecuación, aumentando la incidencia de enfermedades crónicas en la población masculina.
Sin embargo, el comportamiento explica solo parte del fenómeno. La biología juega un papel crucial, y un estudio internacional liderado por el Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva ha arrojado nueva luz sobre este aspecto. Tras analizar la información genética de 1.176 especies -desde mamíferos hasta aves, anfibios e insectos- los investigadores descubrieron un patrón revelador: entre los mamíferos, las hembras viven en promedio un 12% más que los machos. Este hallazgo masivo, el más completo hasta la fecha sobre diferencias de longevidad entre sexos, apunta a una explicación fundamental en nuestros cromosomas.
La teoría del sexo heterogamético ofrece una explicación elegante: las especies con dos cromosomas idénticos disfrutan de una ventaja de supervivencia. En los mamíferos, las hembras poseen dos cromosomas X (XX), mientras los machos tienen un X y un Y (XY). Esta duplicidad cromosómica femenina actúa como un respaldo genético, proporcionando protección adicional contra mutaciones potencialmente dañinas. En las aves, donde el patrón se invierte -los machos tienen dos cromosomas Z (ZZ) y las hembras ZW-, son ellos quienes disfrutan de mayor longevidad, confirmando la teoría.
Pero la evolución ha tejido una red aún más compleja. Los investigadores descubrieron que las estrategias reproductivas y el cuidado parental influyen significativamente en la longevidad. En especies de mamíferos donde existe intensa competencia entre machos por el apareamiento, estos tienden a tener vidas más cortas. Por el contrario, en las aves -frecuentemente monógamas- la menor competencia reproductiva permite a los machos alcanzar mayor edad. Esto sugiere que la longevidad femenina en mamíferos representa un mecanismo evolutivo para asegurar que las crías reciban cuidado parental suficiente hasta alcanzar la autonomía.
En los seres humanos, esta ventaja biológica se ve modulada por factores sociales y conductuales. Los estrógenos en las mujeres proporcionan protección cardiovascular adicional, y su sistema inmunitario muestra generalmente mayor resistencia. Al mismo tiempo, los roles tradicionales de género han llevado históricamente a los hombres a asumir más conductas de riesgo y a descuidar en mayor medida su salud preventiva.
El estudio sugiere una esperanzadora conclusión: si los hombres adoptaran comportamientos más saludables y asumieran mayores responsabilidades en el cuidado parental -tendencias que ya se observan en generaciones más jóvenes- la brecha de longevidad podría reducirse significativamente. La igualdad de género, por tanto, no se presenta solo como una cuestión de justicia social, sino como un factor potencialmente determinante para la supervivencia misma. La longevidad diferenciada entre sexos emerge así como un fenómeno biológico profundamente arraigado, pero no inamovible, que responde tanto a nuestra herencia evolutiva como a nuestras decisiones cotidianas.
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