En la Ciudad de México resurge una propuesta que combina tradición y ciencia: usar la comida como aliada emocional. Expertos en nutrición promueven fórmulas que integran sabores locales —mole con chocolate, chiles, especias— con mecanismos biológicos para aliviar la tensión mental. La idea es que, bien elaborada y bien porcionada, esa comida reconfortante actúe como una estrategia real de nutrición emocional.
El eje central del concepto es reconocer que el estado de ánimo y las emociones influyen directamente en lo que elegimos comer —o viceversa—. En la UNAM y otras instituciones educativas se estudia cómo las emociones negativas (ansiedad, frustración, tristeza) pueden llevar a sobreingesta de alimentos ricos en grasas y azúcares, o a la repulsión del alimento. Un enfoque controlado permitiría virar ese impulso hacia elecciones nutritivas con efectos en el bienestar emocional.
Dentro de ese marco, el cacao (ingrediente base del chocolate) juega un papel fundamental: contiene flavonoides antioxidantes y otros compuestos que promueven la liberación de neurotransmisores asociados al placer y al alivio emocional. En publicaciones de la UNAM se destaca que el consumo moderado de cacao —preferentemente en versiones con alto porcentaje de cacao y menor azúcar— podría apoyar la mejora del estado anímico.
La doctora Angélica Juárez Loya, de la Facultad de Psicología de la UNAM, ha señalado que emociones como la depresión o la ansiedad están ligadas a conductas de sobreingesta o restricción alimentaria. En estudios con estudiantes mexicanos, quienes reportan emociones negativas consumen más alimentos “reconfortantes” (tacos, pan, galletas) y menos frutas o verduras.
Para materializar la nutrición emocional, los nutriólogos sugieren recetas en las que se integran chiles —por su aporte en capsaicina—, especias como canela, así como cacao puro, combinados con proteínas magras y vegetales que estabilizan la glucosa. Por ejemplo, un mole ligero con cacao oscuro, chile pasilla o ancho, acompañado con leguminosas, puede constituir un plato funcional que equilibra nutrición, sabor y efecto psicológico.
Otro principio es el de la moderación y el contexto: la nutrición emocional no significa comer en exceso o justificarse ante impulsos. La idea es que el alimento útil debe estar acompañado de conciencia —identificar el estado emocional, distinguir hambre fisiológica de hambre emocional, y apoyarse en técnicas como la atención plena para elegir mejor.
En la práctica cotidiana, se recomienda reservar momentos para saborear el alimento, comer despacio y consciente, y no usar la comida como único recurso frente al estrés. Además, alternar con técnicas complementarias como respiración, movimiento corporal, sueño reparador o pausa mental ayuda a que la comida actúe como refuerzo y no como escape principal.
Como aporte cultural, esta estrategia conecta con costumbres mexicanas: platillos con sabor intenso y rituales familiares pueden promover un sentido de identidad y pertenencia que añade efecto emocional. Comer un mole bien hecho —como lo preparaban las abuelas— no solo nutre al cuerpo sino que ayuda a reconectarse con raíces, memoria y significado.
Al final, la nutrición emocional propone hacer de la comida una herramienta más dentro del bienestar integral. No sustituye las terapias psicológicas o médicas, pero podría ser un puente hacia una relación más sana con los alimentos y las propias emociones.
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