En 2025, el confort no solo se mira, se toca. La tendencia de las texturas superpuestas domina el diseño interior global, proponiendo una nueva forma de habitar los espacios a través del tacto. Lo que comenzó como un experimento visual en redes sociales se ha convertido en un movimiento sensorial que transforma hogares minimalistas en refugios cálidos y llenos de profundidad.
El concepto es simple: combinar materiales de distintas densidades, temperaturas y acabados para generar atmósferas envolventes. En lugar de buscar uniformidad, el objetivo es contrastar: lino con cuero, cerámica con lana, madera pulida con concreto rugoso. Esta práctica, conocida como layering en el mundo del diseño, convierte cada rincón del hogar en una conversación entre texturas.
En redes sociales, el hashtag #TexturalDesign y sus variaciones acumulan más de 600 millones de visualizaciones. Videos de “texture layering hacks” enseñan cómo lograr el efecto sin grandes gastos, utilizando mantas de segunda mano, alfombras apiladas o fundas de cojines hechas con retazos textiles. Este fenómeno, además de estético, responde a una búsqueda de bienestar: estudios recientes asocian la estimulación táctil con una reducción de la ansiedad en más del 20%.
La tendencia ha dado lugar a interpretaciones regionales. En Marruecos, los diseñadores recurren a kilims apilados, tapetes bereberes y muros de cal texturizada. En Nueva York, la estética se vuelve urbana y experimental: paredes cubiertas con telas tipo faux fur, sillones en shearling y lámparas de mimbre que añaden calidez al cemento. En México, la propuesta se mezcla con tradiciones artesanales, incorporando fibras naturales de ixtle, palma y lana oaxaqueña para lograr espacios que invitan al tacto y celebran la manufactura local.

A diferencia de otras tendencias visuales, el textural layering privilegia la experiencia física. Cada elemento está pensado para sentirse distinto, desde un cojín áspero hasta una cortina translúcida que filtra la luz. Interioristas coinciden en que este tipo de diseño responde a la fatiga digital y a la necesidad de reconectar con la materialidad del entorno. “La casa ya no solo debe verse bien en fotos; debe sentirse bien en persona”, resume un diseñador capitalino.
El auge del layering también impulsa la sostenibilidad. Al promover la reutilización de textiles, el rescate de tapices antiguos y el reciclaje de materiales, esta corriente se alinea con el consumo consciente. Los llamados “thrift hacks” —redecoraciones con hallazgos de tiendas de segunda mano— son parte esencial del movimiento, fomentando creatividad y ahorro sin sacrificar estilo.
Marcas internacionales han respondido con colecciones centradas en la textura: sofás de bouclé, lámparas con recubrimiento rugoso, mantas de mezcla orgánica y alfombras multicapas. Los showrooms ya no se organizan por color o estilo, sino por sensaciones: “suave”, “áspero”, “tibio” o “frío”, invitando al público a explorar con las manos antes que con la vista.
En México, los estudios de diseño adoptan el layering como un lenguaje emocional. Cafeterías, hoteles boutique y departamentos de la Roma o la Juárez integran esta estética en muros, textiles y mobiliario, generando espacios con identidad táctil. Incluso los interiores corporativos recurren a paneles tejidos o muros revestidos en fieltro para mejorar la acústica y ofrecer una sensación de cercanía.
Más que una moda, las texturas superpuestas marcan una nueva etapa del diseño sensorial: una que entiende al hogar como una extensión del cuerpo. En un contexto donde la velocidad y lo virtual dominan, volver al tacto se vuelve un acto de pausa. Cada capa cuenta una historia, y juntas componen un espacio que no solo se habita, sino que se siente.















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