En los barrios de la Ciudad de México y los pueblos de Oaxaca, Michoacán y Puebla, el Día de Muertos de este año trae una nueva tendencia que va más allá del color y la nostalgia: los altares ecológicos. Frente a la crisis ambiental y al impacto de los residuos en las celebraciones masivas, cientos de familias están optando por transformar sus ofrendas en espacios sostenibles que respetan tanto a los ancestros como al planeta.
La idea es sencilla, pero poderosa: mantener viva la tradición mexicana mientras se reduce el desperdicio. En lugar de comprar decoraciones desechables, muchos hogares están reutilizando materiales que ya tienen a la mano: frascos de vidrio convertidos en portavelas, calabazas usadas como bases naturales, papel biodegradable en vez de plástico y flores vivas que pueden seguir creciendo después del 2 de noviembre.
En comunidades oaxaqueñas, por ejemplo, los altares se elaboran con hojas secas, barro reciclado y pigmentos naturales extraídos de frutas y verduras como el betabel o la cúrcuma. El resultado mantiene la estética tradicional, pero con una huella ambiental mínima. En algunos casos, incluso sustituyen las velas de parafina por lámparas solares o LED recargables, que iluminan la ofrenda durante toda la noche sin generar humo ni residuos.
El movimiento, impulsado por colectivos locales y ambientalistas, busca no solo conservar los recursos naturales, sino también educar a las nuevas generaciones. Cada vez más escuelas y centros culturales promueven talleres de “ofrendas verdes”, donde se enseña a los niños a crear calaveritas con papel reciclado, a pintar con tintes naturales y a plantar semillas en honor a sus difuntos. La intención es clara: que el recuerdo florezca, literal y simbólicamente.
En cuanto al presupuesto, la creatividad pesa más que el gasto. Con menos de 300 pesos, muchas familias logran montar altares sostenibles utilizando materiales del hogar. El cartón se convierte en estructura, las telas viejas se transforman en manteles coloridos, y las plantas vivas sustituyen a las flores cortadas que mueren en pocos días. Además, el compostaje de los restos orgánicos de la ofrenda —pan, frutas o flores marchitas— se vuelve una extensión natural del ritual.
Las redes sociales han amplificado este cambio de mentalidad. Bajo etiquetas como #OfrendaVerdeMX y #MuertosSostenibles, circulan videos y fotos de altares que combinan tradición, arte y activismo ambiental. Algunos usuarios documentan el proceso con clips “antes y después”, mostrando cómo un altar puede pasar de lo convencional a lo ecológico sin perder su belleza. Otros aprovechan para lanzar retos virales o concursos comunitarios para reconocer las iniciativas más creativas.
La práctica también tiene un trasfondo simbólico. Al reemplazar lo desechable por lo vivo, se refuerza la idea de que el Día de Muertos no solo celebra la memoria, sino también el ciclo natural de la existencia. Plantar una bugambilia, una suculenta o un árbol en nombre de un ser querido se ha vuelto un gesto común, un recordatorio de que la vida continúa, incluso desde la tierra que alimenta a los nuevos brotes.
En mercados y tianguis ya se nota el cambio: crece la oferta de velas ecológicas, papel reciclado y adornos hechos con materiales naturales. Artesanos locales aprovechan la oportunidad para rescatar técnicas antiguas, ofreciendo productos que, además de ser sustentables, fortalecen la economía comunitaria.
El Día de Muertos, esa mezcla única entre misticismo, color y memoria, se adapta a los nuevos tiempos sin perder su esencia. Las ofrendas verdes representan un diálogo entre el pasado y el futuro: una manera de recordar a los que ya partieron mientras cuidamos el mundo que heredarán los que vienen. En tiempos de crisis ambiental, honrar la vida —incluso desde la muerte— también significa proteger el planeta.
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