Sheinbaum bajo el agua

Los Demonios del Poder

Por Carlos Lara Moreno

Sheinbaum bajo el agua

Las lluvias no solo anegaron calles, ríos y pueblos; también inundaron la narrativa de poder de Claudia Sheinbaum. La presidenta enfrenta su primera gran crisis nacional, y más allá de los daños materiales o las pérdidas humanas, la tormenta ha desnudado una vulnerabilidad política que no se resuelve con discursos: la del liderazgo frente al desastre.

Durante días, las imágenes de comunidades atrapadas en Veracruz, Hidalgo, Puebla y San Luis Potosí corrieron más rápido que los comunicados oficiales. Cuando el agua subió, también lo hizo la exigencia social: ¿por qué no se alertó antes? ¿por qué no hubo evacuaciones a tiempo? ¿por qué el gobierno federal reaccionó más que prevenir?

Sheinbaum respondió con presencia: recorrió zonas afectadas, instruyó censos y ordenó movilizar a la Marina y al Ejército bajo el Plan DN-III-E. Pero la percepción ya estaba hecha. En los desastres naturales, los minutos pesan más que los discursos. Y esta vez, la lluvia cayó sobre una presidenta que todavía busca consolidar su imagen frente al fantasma omnipresente de Andrés Manuel López Obrador.

La doble tormenta: la natural y la política

Claudia Sheinbaum intenta mostrarse como una mandataria técnica, empática y eficiente; sin embargo, esta crisis la colocó justo en el espejo del pasado. AMLO enfrentó huracanes, sismos y pandemias con un estilo personalísimo: centralista, mediático, emocional. Sheinbaum parece querer romper esa lógica, pero aún no encuentra la fórmula para lograrlo sin renunciar al respaldo del lopezobradorismo.
La presidenta habló de coordinación, no de órdenes; de ciencia, no de fe; de Estado, no de caudillismo. Pero la tragedia exige respuestas inmediatas, y en ese terreno el público no distingue entre continuidad o cambio. Solo quiere saber quién falló.

Y ahí surge el dilema: si asume la culpa, se debilita; si la elude, se le acusa de frialdad.

¿Distancia o continuidad?

A diferencia de López Obrador, Sheinbaum no busca el micrófono diario ni la confrontación. Prefiere los informes técnicos y los recorridos discretos. Pero esa prudencia puede ser vista como distancia, incluso indiferencia, ante el dolor. Su intento de construir una narrativa de “humanismo científico” —atención ordenada, datos y planeación— choca con la expectativa emocional que dejó su antecesor: la de un presidente que abrazaba a la gente entre el lodo.

En política, las formas también son fondo. Y hoy, el fondo de Sheinbaum se percibe difuso. Entre quienes la ven como la heredera institucional del obradorismo y quienes quisieran verla como una presidenta con sello propio, el agua la colocó en medio del cauce: si se aleja demasiado, pierde base; si se mantiene pegada, pierde identidad.

La lección de la lluvia

Más allá del desastre, las lluvias dejaron una enseñanza: la gobernabilidad moderna no se mide solo en discursos de unidad o en cifras de ayuda, sino en la capacidad de anticipar y prevenir. La eliminación del Fonden, la reducción presupuestal a infraestructura hidráulica y los retrasos en alertas meteorológicas son piezas de una misma cadena de omisiones que hoy pasan factura.
El costo político de la tragedia no será inmediato, pero será profundo. Cada damnificado que no reciba ayuda, cada puente que no se reconstruya, cada escuela que no vuelva a abrir, será una grieta en el relato de “transformación humanista” que Sheinbaum intenta edificar.

Epílogo

La lluvia fue el primer gran examen del nuevo sexenio, y lo reprobó el sistema entero: federación, estados y municipios. Pero la política es injusta: el desastre siempre tiene nombre y apellido, y esta vez se llama Claudia Sheinbaum Pardo.

“Los demonios del poder” acechan cuando el agua baja: el de la soberbia, el de la improvisación y el de la distancia con la gente.
Si Sheinbaum no aprende rápido a gobernar entre tormentas —climáticas y políticas—, esos demonios volverán con cada lluvia.

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