Por Carlos Lara Moreno
¿En quién está pensando Claudia Sheinbaum?
Claudia Sheinbaum ha reiterado una y otra vez el mensaje: “En este México nuevo, la honestidad no es la excepción, es la regla; quien traicione al pueblo, quien robe al pueblo, enfrenta la justicia.” La frase, repetida en sus giras y actos oficiales, pretende dejar claro que la Presidenta no tolerará la corrupción, venga de donde venga. Pero detrás de esas palabras se esconde una pregunta inevitable: ¿en quién estará pensando cuando lanza esa advertencia?
El discurso anticorrupción, piedra angular del lopezobradorismo, enfrenta hoy su mayor prueba dentro del propio movimiento. La Cuarta Transformación, que prometió limpiar las escaleras “de arriba hacia abajo”, empieza a lidiar con casos que rozan sus entrañas más cercanas.
Los silencios incómodos
Uno de los nombres que inevitablemente aparece es el de Adán Augusto López Hernández. El exsecretario de Gobernación y aliado político de Andrés Manuel López Obrador no ha logrado ofrecer una explicación coherente sobre el origen y destino de los recursos que utilizó durante su campaña interna en Morena. Su cercanía con el poder presidencial lo ha blindado en el pasado, pero hoy el clima político es distinto: Sheinbaum necesita marcar distancia con cualquier sombra de opacidad si quiere consolidar su propio liderazgo.
Y en ese mismo terreno surgen las dudas más sensibles: ¿se atreverá Sheinbaum a ir más allá y tocar los intereses de los hijos del propio López Obrador, señalados reiteradamente por presuntos actos de tráfico de influencias y contratos irregulares? El silencio institucional ante esos temas ha sido prolongado y costoso.
El lastre de la corrupción
La corrupción se ha convertido, paradójicamente, en el principal lastre del gobierno que prometió erradicarla. Casos en Segalmex, en obras públicas, en licitaciones estatales y federales, han dejado la sensación de que la 4T repite patrones que juró enterrar. Aun con avances en transparencia y fiscalización, el mensaje de “no mentir, no robar, no traicionar” se diluye cuando las investigaciones se frenan o se politizan.
Sheinbaum parece entender el riesgo: su legitimidad se construye sobre la continuidad moral del proyecto de López Obrador, pero su futuro político depende de demostrar que no será rehén de lealtades ni de complicidades heredadas.
Entre la lealtad y la justicia
Si la Presidenta realmente pretende “aplicar la ley a quien se corrompa”, tarde o temprano tendrá que decidir entre proteger a los suyos o romper el círculo de impunidad que ha
contaminado a todos los gobiernos, sin excepción de colores o siglas. Esa será la verdadera prueba del nuevo México que promete: cuando la justicia toque las puertas de su propio movimiento.
Porque las palabras pesan, pero los actos definen. Y el país observa, expectante, a quién alcanza primero el mensaje de que “quien robe al pueblo, enfrenta la justicia”.
Deja una respuesta