La Jabalinada por Bruno Cortés
En el mismo Frontón México donde nació hace 86 años, el Partido Acción Nacional intentó el 18 de octubre de 2025 reinventarse, como quien cambia de traje sin lavarse la conciencia. Jorge Romero Herrera encabezó el relanzamiento con bombo, platillo y promesas de una “nueva era azul” que, a decir verdad, olía a naftalina. Hubo desfile, video con inteligencia artificial y discurso sobre “modernidad” y “apertura ciudadana”, pero ni una sola palabra concreta sobre cómo mejorar la economía, la educación o la salud de los mexicanos. Con invitados como Claudio X. González, Lorenzo Córdova y José María Aznar, la oposición mexicana se retrató a sí misma: la misma familia política, con distinto filtro, marchando hacia el pasado mientras presume futuro.
Dicen que las resurrecciones solo funcionan cuando hay arrepentimiento, pero el PAN parece no haberse enterado. El 18 de octubre, en el histórico Frontón México —sí, el mismo donde nació en 1939—, los azules montaron su propio rito de reaparición pública: banderas, luces, discursos y selfies de unidad. Jorge Romero Herrera, el nuevo pastor de la fe panista, prometió “una nueva era” como quien vende un coche usado recién encerado. El detalle: nadie mencionó cómo van a mover el país más allá del volante del poder.
La escena tuvo algo de teatro político vintage. Desde el Monumento a la Revolución hasta el Ángel de la Independencia, marcharon entre consignas desganadas y banderas recién planchadas. En las primeras filas, los mismos de siempre: Claudio X. González, Lorenzo Córdova, José María Aznar… una alineación digna de un club de exiliados del siglo XX. Decían que era el inicio de un “nuevo comienzo”, pero el aire olía a déjà vu, a comité reencauchado.
Romero Herrera habló de modernidad, ciudadanía y juventud, aunque el tono recordaba más a un mitin de 1999 que a un acto del 2025. No hubo una sola propuesta económica, social o educativa que respondiera a la realidad mexicana: pobreza persistente, universidades sin presupuesto, hospitales colapsados. Ni una línea sobre salud mental, violencia de género o precariedad laboral. Como si la nación estuviera en pausa y bastara con cambiar el eslogan para encender el ánimo.
La llamada “apertura ciudadana” se sintió más como un club VIP que como una puerta abierta. Entre los oradores, varios señalados por el “cártel inmobiliario” de la CDMX, abrazando la retórica de la pureza ética. Una contradicción tan notoria que hasta los militantes más fieles aplaudieron con la mirada perdida. Y los jóvenes, esos que supuestamente iban a “revitalizar al PAN”, apenas llenaban las filas traseras, más interesados en grabar para TikTok que en escuchar a sus mayores.
El video con inteligencia artificial fue la cereza digital del pastel vacío. Proyectaron a Gómez Morin —sí, el fundador— como holograma inspiracional, mientras el público bostezaba. Un truco tecnológico que pretendía simbolizar futuro, pero terminó pareciendo un intento desesperado por hablar con los muertos… o desde ellos. El evento fue, en palabras suaves, un espectáculo frío. En otras, una misa sin fe.
Políticamente, el relanzamiento intenta lavar el desgaste tras años de alianzas fallidas con el PRI y el PRD, pero el discurso de “ir solos rumbo a 2027” se contradice con rumores de un nuevo pacto con Movimiento Ciudadano. La independencia, como la virginidad política, se presume más de lo que se ejerce. En Aguascalientes y Querétaro todavía respiran éxitos locales, pero el cuerpo nacional del PAN sigue en terapia intensiva.
Hablar de “familia y valores” en pleno 2025, con una sociedad que exige diversidad y derechos, suena más a nostalgia que a propuesta. El partido que alguna vez representó la transición democrática parece hoy atrapado entre el moralismo de sus fundadores y el pragmatismo de sus gestores inmobiliarios. Y mientras Morena domina la escena con estructura y narrativa, el PAN responde con slogans reciclados y marchas simbólicas.
El problema no es que el PAN quiera reinventarse; es que no quiere transformarse. Su discurso es espejo de sí mismo: brillante por fuera, hueco por dentro. No hay proyecto social, ni económica tangible, ni visión de país. Solo la esperanza de que el descontento ciudadano haga el trabajo que la autocrítica se niega a iniciar.
Y así, mientras el eco de los aplausos se disolvía en las paredes del Frontón, quedó la imagen final: una bandera azul, enorme y flamante, ondeando en el aire sin viento. Un símbolo perfecto de la oposición mexicana en 2025: agitada, pero quieta. Ondeando sola, en un país que ya mira hacia otro lado.
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