Ciudad de México. Mientras los tambores de la protesta suenan en las esquinas de Palma y Madero, la voz de los comerciantes retumba en las bocinas con una súplica que carga décadas de hartazgo: “Por favor, regresen a sus lugares de trabajo… no desprestigien al magisterio con sus acciones ignominiosas”. Esta vez, los afectados por los bloqueos de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE) decidieron devolver el megáfono, no con consignas, sino con reclamos cargados de realidad.
Con un altavoz improvisado y un mensaje pregrabado, vecinos y comerciantes del Centro Histórico lanzaron una crítica abierta y directa a los líderes de la CNTE, a quienes responsabilizan de afectar severamente la economía local. El mensaje, reproducido una y otra vez entre toldos y lonas, no ahorra calificativos: los acusa de prepotencia, de arrasar con la vida comercial de calles del Centro Histórico, y de anteponer intereses políticos por encima de la dignidad del trabajo ajeno.
El audio, convertido en testimonio colectivo, recuerda cómo los bloqueos históricos frente a la Secretaría de Educación Pública provocaron el cierre masivo de pequeños negocios. Fachadas cubiertas con mantas, tiendas vacías, calles despobladas y la permanente sensación de abandono. Para los vecinos, esa no es lucha social: es castigo a inocentes.
Los comerciantes, algunos con décadas detrás del mostrador, no se oponen a la protesta, pero sí a su forma y a sus consecuencias. “Hay personas que viven de sus modestos trabajos”, dice la grabación, con una mezcla de tristeza y enojo, “y se ven afectados porque se plantan enfrente de sus comercios, impidiendo con ello hacer sus actividades”. A eso se suma la angustia del día de renta, la nómina, y la ausencia de clientes que ya no quieren ni pasar por esas calles.
El llamado va más allá del retiro del plantón. Es un reclamo profundo al liderazgo de la Coordinadora. Los señalan de corruptos, de ignorar la realidad nacional mientras enarbolan demandas draconianas, de haber traicionado la causa magisterial por una bandera política deshilachada y sin legitimidad. “Solo ven por sus intereses particulares”, acusa la voz que ya es eco entre vitrinas cerradas.
Paradójicamente, muchos de estos comerciantes son hijos o nietos de maestros. Algunos incluso apoyaron las luchas sindicales en los años duros del neoliberalismo. Pero hoy, dicen, ya no ven ideales, sino aparadores vacíos y líderes que se autoproclaman mártires mientras condenan al hambre a quienes apenas sobreviven.
Lo que duele —y mucho— no es solo la pérdida económica. Es la indiferencia. Ni el Gobierno de la Ciudad ni el federal han dado respuestas claras. Los negocios siguen cerrando, los clientes desaparecen y los bloqueos se vuelven rutina. Un costoso paisaje de lona y megáfono que nadie quiere admirar.
Y mientras la CNTE mantiene su exigencia de diálogo y respuesta a sus demandas, los comerciantes piden una sola cosa: poder trabajar. No exigen más que eso. Pero en este país, a veces, pedir poder trabajar ya suena como un acto revolucionario.
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