A un año del inicio del Mundial 2026, que será coorganizado por Estados Unidos, Canadá y México, el escenario en la ciudad de Los Ángeles —sede del partido inaugural— dista mucho de ser una imagen de armonía internacional. Las protestas recientes contra las deportaciones masivas de mexicanos y otras minorías, sumadas a la política migratoria restrictiva del presidente estadounidense Donald Trump, han encendido las alarmas tanto entre aficionados como organizadores.
Aunque los equipos ya empiezan a preparar su logística, la incertidumbre crece por las decisiones del mandatario, quien ha vuelto a imponer restricciones de viaje a ciudadanos de al menos 12 países, incluidos Irán, Haití y Afganistán, además de limitar el acceso desde otras siete naciones. Si bien el gobierno ha permitido el ingreso de deportistas, entrenadores y equipos técnicos para eventos como la Copa Mundial, esta excepción no se extiende a los aficionados. En consecuencia, países como Irán —ya clasificado— enfrentarán la paradoja de competir sin contar con el apoyo presencial de sus hinchas.
La tensión ha escalado aún más por la llegada del Mundial de Clubes 2025, considerado una antesala para medir la capacidad organizativa de Estados Unidos. El torneo, en el que el Paris Saint-Germain enfrentará al Atlético de Madrid en Los Ángeles, se desarrolla en un contexto de manifestaciones y preocupación por la seguridad pública, lo cual pone a prueba no solo la logística, sino la estabilidad del ambiente previo al Mundial del año siguiente.
A esto se suma la complejidad de la relación entre los tres países anfitriones. La guerra comercial impulsada por Trump ha tensado los vínculos con México y Canadá, y aunque expertos como el economista Andrew Zimbalist consideran que estas fricciones no afectarán directamente al desarrollo del torneo, también reconocen que la política interna de Trump podría influir en el tono del evento. Según Zimbalist, el presidente “es aficionado a los deportes y le importa su imagen internacional”, por lo que podría utilizar el Mundial como una plataforma para reforzar su presencia pública y suavizar su imagen global.
En Canadá y México, sin embargo, los actuales líderes no parecen dispuestos a ceder terreno. Mark Carney en Canadá y Claudia Sheinbaum en México han mostrado posturas firmes frente a las medidas de Trump. Carney incluso rechazó, con ironía, la insinuación de que Canadá podría ser absorbida como un estado más de EE.UU., mientras que Sheinbaum se perfila como una líder que no rehúye los enfrentamientos diplomáticos si se trata de defender la soberanía y los derechos de sus ciudadanos.
Entre los aficionados mexicanos, la situación genera incomodidad. Aunque muchos desean apoyar a su selección en territorio estadounidense, también expresan temor e inseguridad por el trato que puedan recibir. Las demoras en la expedición de visados, sumadas a las restricciones migratorias, dificultan la planeación de cualquier viaje. “Es como ir a casa de alguien donde no eres bienvenido”, dijo un aficionado del Pachuca que planeaba asistir a la Copa Mundial de Clubes.
Este ambiente de tensión diplomática y exclusión migratoria amenaza con opacar el espíritu de unidad que suele caracterizar a los grandes eventos deportivos. Más allá de los problemas logísticos, las restricciones impuestas a los aficionados internacionales, especialmente de países musulmanes o latinoamericanos, cuestionan el principio de inclusión global del Mundial.
El próximo año será clave para saber si las tensiones actuales pueden atenuarse y si el espectáculo futbolístico logrará imponerse sobre la división política. La edición de 2026 será la primera Copa del Mundo con tres países anfitriones, y su éxito o fracaso dependerá tanto del juego en la cancha como del clima fuera de ella. En un contexto donde los acuerdos bilaterales y las libertades individuales están en entredicho, el fútbol tendrá que hacer más que solo rodar el balón.
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