Por Juan Pablo Ojeda
En una mañanera con tintes de confrontación histórica, la presidenta Claudia Sheinbaum respondió con dureza al expresidente Ernesto Zedillo, luego de que éste acusara a la Cuarta Transformación de “destruir la democracia” con su reforma judicial y calificara como “una farsa” la elección de jueces y magistrados promovida por Morena.
Sheinbaum no se guardó nada. “Ahora resulta que Zedillo es el vocero de la democracia”, ironizó desde Palacio Nacional, asegurando que la oposición ha perdido credibilidad y por eso recurre a figuras del pasado que, según dijo, representan todo lo contrario a los valores democráticos que ahora dicen defender.
La presidenta aprovechó la ocasión para sacar al debate público episodios oscuros del sexenio zedillista, que abarcan desde las masacres de Acteal, Aguas Blancas, El Charco y El Bosque, hasta el controvertido rescate bancario del Fobaproa, que convirtió deudas privadas en deuda pública y que, subrayó, aún siguen pagando las y los mexicanos.
También criticó la privatización de los ferrocarriles en los años 90, una decisión tomada sin consulta pública y que —recordó— terminó beneficiando a empresas privadas en las que el propio Zedillo trabajó tras dejar la presidencia. “¿Eso no es autoritarismo?”, cuestionó Sheinbaum, en alusión al argumento de Zedillo sobre un presunto régimen tiránico impulsado por Morena.
En días recientes, Zedillo reapareció en las revistas Nexos y Letras Libres, desde donde lanzó una crítica frontal a la reforma judicial impulsada por el presidente López Obrador, acusando que se pretende desmantelar el Poder Judicial para sustituirlo por un órgano subordinado al gobierno. Para el exmandatario, el mecanismo propuesto para elegir jueces es una simulación que «asesina a la democracia» y coloca a México en una pendiente autoritaria.
Sheinbaum, por su parte, defendió la reforma y reiteró que el pueblo tiene derecho a decidir sobre quienes imparten justicia, argumentando que la democracia verdadera consiste en devolverle el poder a la ciudadanía, y no en preservar estructuras judiciales que —según la 4T— han servido a intereses ajenos al pueblo.
“Nosotros no reprimimos. Nosotros no endeudamos al país para rescatar a unos cuantos”, sentenció la presidenta, marcando una línea tajante entre su proyecto político y el modelo tecnocrático que encarnó Zedillo en los años noventa.
El intercambio es más que un simple choque de declaraciones: es una batalla por el sentido de la democracia en México, una disputa narrativa entre el pasado neoliberal y el presente transformador. Y en la antesala de elecciones judiciales inéditas en junio, el debate apenas comienza.
















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