San Lázaro se moderniza y abre sus puertas al público

Por Bruno Cortés

 

La imagen tradicional de la Cámara de Diputados como un espacio cerrado, rígido y alejado de la vida cotidiana, empieza a cambiar. Quien esté al tanto de lo que sucede dentro del recinto de San Lázaro puede ver que algo se está moviendo. No sólo se legisla; también se innova, se abre a la comunidad, se cuida el medio ambiente y se impulsa la cultura. Al frente de buena parte de este cambio está la Secretaría de Servicios Administrativos y Financieros, liderada por Aliza Chelminsky, quien asegura que el objetivo es uno: modernizar sin perder el alma institucional.

Y es que, aunque muchos no lo saben, detrás del trabajo legislativo hay todo un aparato que permite que el Congreso funcione, desde presupuestos hasta computadoras, desde obras de teatro hasta plantas tratadoras de agua. Chelminsky lo explica con claridad: “la Cámara no sólo es el lugar donde se hacen leyes; es una mini ciudad con cerca de 7 mil personas, 14 hectáreas y un compromiso de servicio público que va más allá del papeleo”.

Por eso, uno de los focos ha sido actualizar las reglas con las que funciona esta “ciudad legislativa”. Hay normativas que llevan años sin cambiarse, procesos que ya no hacen sentido en un mundo digital, trámites que pueden simplificarse para ahorrar tiempo y dinero. “Todo lo que envejece, se oxida”, dice Chelminsky, y por eso se han echado a andar reformas internas para optimizar la administración, recortar burocracia innecesaria y canalizar los ahorros hacia áreas que realmente hacen la diferencia, como la tecnología o la sostenibilidad.

Pero San Lázaro no quiere quedarse en lo administrativo. También quiere ser un espacio vivo, con puertas abiertas a la comunidad. A través de un programa cultural robusto, promovido por el diputado Ricardo Monreal, ahora el recinto ofrece conciertos, obras de teatro, exposiciones y conferencias, todo gratuito. Familias completas llegan cada semana a disfrutar de eventos donde participan desde grandes orquestas sinfónicas hasta jóvenes talentos de colonias vecinas. Incluso, cualquier persona con habilidades artísticas puede pedir un espacio para presentarse.

Esta apertura también se refleja en lo académico. La Cámara, aunque no hace política exterior directa como el Senado, ha creado el Observatorio Legislativo de Asuntos Globales. ¿Su misión? Mantener informados a los diputados —y al público en general— sobre temas internacionales que afectan a México: migración, comercio, ultraderechas en Europa, seguridad fronteriza. Se trata de documentos cortos, útiles y accesibles, disponibles en la web de la Cámara. Además, se impulsan vínculos con instituciones como el Colmex, la OCDE o universidades de EE. UU., lo cual fortalece el análisis con perspectiva global.

En el terreno ambiental, también se están dando pasos firmes. San Lázaro es el único recinto legislativo del país con la certificación ISO 14001 en gestión ambiental. Y va por más: cárcamos, plantas de tratamiento de agua y un nuevo edificio —el edificio J— que busca operar con una huella de carbono reducida. Todo esto apunta a una Cámara que no sólo legisla leyes verdes, sino que predica con el ejemplo.

Lo interesante es que, para Chelminsky, esta transformación no es solo estética o funcional. Es política pública real. Porque cuando una institución se moderniza, se vuelve eficiente, transparente y cercana a la gente, entonces su legitimidad crece. Y eso importa. Importa que los recursos se usen bien, que haya cultura gratuita, que se fomente el conocimiento y que incluso desde un órgano legislativo se cuide el planeta.

En pocas palabras, lo que está ocurriendo en San Lázaro va mucho más allá de la grilla. Es un cambio estructural, administrativo, social y simbólico. Es la Cámara queriendo ser más que un edificio con curules: un espacio público que escuche, que enseñe, que inspire y que funcione.

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