Por Bruno Cortés
En México, para titularte en muchas universidades te piden saber una segunda lengua. Pero, seamos honestos: esa “segunda lengua” casi siempre se traduce en una sola palabra: inglés. Y aunque saber inglés es útil, hay una pregunta que pocos se hacen: ¿por qué no se vale hablar náhuatl, zapoteco, purépecha o cualquier otra lengua indígena para cumplir ese requisito?
Eso es justo lo que se está planteando en la Cámara de Diputados. La diputada María de los Ángeles Ballesteros García, del partido Morena, presentó una iniciativa para reformar el artículo 14 de la Ley General de Educación Superior. Su propuesta es clara y directa: si una universidad pide una segunda lengua para titularse, entonces las lenguas indígenas nacionales también deben valer —igualito que el francés, el alemán o el chino.
La propuesta fue turnada a la Comisión de Educación, pero más allá del trámite legislativo, esta iniciativa tiene fondo, y mucho. No se trata solo de un cambio técnico en la ley; es una postura política y cultural fuerte. Es decirle al sistema educativo: oye, en este país no solo se habla español o inglés, se hablan más de 360 variantes de lenguas indígenas, y muchas personas las dominan con orgullo. ¿Por qué esas lenguas no cuentan como “segunda lengua”? ¿Qué clase de mensaje estamos mandando si seguimos ignorándolas?
Ballesteros García cita nada menos que la Constitución para defender su propuesta. El artículo 3º dice que la educación debe respetar la dignidad de las personas y tener un enfoque de derechos humanos e igualdad sustantiva. Eso incluye, por supuesto, valorar la diversidad lingüística del país. Y si hablamos de igualdad, no hay nada más justo que permitir que quien habla una lengua indígena pueda acreditar su conocimiento como parte de sus estudios, sin que le pidan aprender otro idioma extranjero.
Además, no es un invento nuevo. Ya existe la Ley General de Derechos Lingüísticos de los Pueblos Indígenas, que reconoce las lenguas indígenas como lenguas nacionales, con la misma validez que el español. Entonces, la lógica es simple: si son lenguas oficiales, también deben valer en trámites oficiales, como titularse.
Pero el punto más fuerte de la propuesta es su visión cultural. México es uno de los países con mayor riqueza lingüística del mundo, con 68 agrupaciones lingüísticas y 364 variantes. Y sin embargo, más de la mitad están en peligro de desaparecer. ¿Por qué? Por la discriminación, la falta de apoyo institucional, la migración, la presión social para “hablar bien” español o inglés.
Así que esta iniciativa no es solo sobre educación. También es sobre justicia, identidad y respeto. Porque las lenguas indígenas no son solo formas de hablar; son formas de ver el mundo. Son historia, son comunidad, son conocimiento ancestral. Y cada vez que alguien deja de hablarlas porque “no sirven para la escuela”, el país pierde un pedazo de su memoria.
Con esta propuesta, lo que se busca es un cambio simbólico pero poderoso: que hablar una lengua indígena no sea una barrera, sino una ventaja. Que un estudiante que domina otomí, tsotsil o mixe pueda presentar su examen de titulación en ese idioma, con la misma validez que alguien que lo hace en inglés.
En resumen: no es solo una reforma educativa, es una propuesta para que el país se escuche a sí mismo. Y si esta iniciativa prospera, el mensaje será claro: en México, hablar una lengua indígena no te deja atrás… te puede llevar más lejos.
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