Por Bruno Cortés
En un país donde los salones de clase compiten con los puestos de fritangas por la atención de niñas y niños, la diputada María Lorena García Jimeno Alcocer, del PAN, acaba de lanzar una propuesta que suena tan lógica que uno se pregunta por qué no se hizo antes. ¿De qué se trata? De que la promoción del deporte en las escuelas no solo sea cuestión de brincar, correr y sudar, sino también de aprender a comer bien.
La legisladora propone que el Sistema Nacional de Cultura Física y Deporte (mejor conocido como SINADE) tenga una nueva tarea formal: impulsar la educación nutricional y garantizar que en las escuelas haya comida realmente nutritiva. Y no, no hablamos de que les den más ensalada a los chamacos y ya; se trata de políticas públicas que ataquen de raíz el problema del sobrepeso, la mala alimentación y los malos hábitos que comienzan desde pequeños.
Para entenderlo fácil: si los niños están haciendo deporte en la escuela, pero al salir se atascan de refrescos, papitas y comida chatarra, el esfuerzo no sirve de mucho. Por eso, esta iniciativa busca que los comedores escolares y los lugares donde se venden alimentos (sí, las tienditas escolares también) ofrezcan opciones sanas. Comida que sí alimente, pues.
En su exposición de motivos, la diputada García Jimeno no solo apela al sentido común, también se apoya en documentos internacionales como la Carta Internacional de la Educación Física y el Deporte de la UNESCO, que reconoce al deporte como un derecho humano. Y si el deporte es un derecho, entonces el Estado tiene la obligación de crear las condiciones para que se practique bien, y eso incluye comer bien.
Pero, ¿por qué es importante esta iniciativa justo ahora? Porque, aunque se han hecho esfuerzos como el etiquetado de alimentos y los impuestos a bebidas azucaradas, la realidad en muchos rincones del país es dura: los niños no están comiendo bien, y eso impacta su salud, su aprendizaje y su desarrollo físico. El acceso a una alimentación saludable sigue siendo limitado, especialmente en zonas con pobreza o con poca oferta de alimentos frescos.
A eso hay que sumarle otro problema silencioso: la falta de educación nutricional. A muchas familias no les han enseñado qué es comer bien, y no se trata de tener voluntad o no, sino de información y acceso. Por eso, esta propuesta busca ir al origen: formar desde temprana edad a niñas y niños para que entiendan por qué es importante lo que comen, cómo afecta eso su cuerpo, su mente y hasta su autoestima.
En pocas palabras, lo que busca esta reforma es conectar los puntos: que el deporte escolar no sea una isla, sino parte de un entorno saludable. Que cuando se diga “educación física” también se piense en educación alimentaria. Y que los esfuerzos del Estado no se limiten a poner canchas, sino que también garanticen que quien las use tenga el combustible adecuado para rendir.
La propuesta ya fue enviada a la Comisión de Deporte de la Cámara de Diputados. Falta camino por recorrer, pero si llega a aprobarse, sería un paso importante para dejar de ver la alimentación y el deporte como cosas separadas, y empezar a tratarlos como lo que son: dos caras de una misma moneda llamada salud pública.
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