Por Bruno Cortés
El Senado de la República estrenó voz y tono en la conducción de sus trabajos. Laura Itzel Castillo Juárez, recién nombrada presidenta de la Mesa Directiva, abrió su periodo con un discurso que mezcla solemnidad y firmeza, pero también con una advertencia: el debate parlamentario no puede seguir manchado de odio, clasismo o machismo. En tiempos donde la política mexicana parece más cercana a un ring que a un foro de deliberación, el llamado tiene ecos de urgencia.
Desde la tribuna, Castillo Juárez hizo un guiño a la historia al recordar que este año se cumplen 200 años de la instalación del primer Senado y 150 de su restauración. Pero no lo planteó como un festejo de museo, sino como un recordatorio vivo de que el Poder Legislativo debe estar al servicio de la gente y no de las trincheras partidistas. “Honrar a quienes nos antecedieron significa encarnar sus principios en cada ley que se apruebe y en cada debate que se sostenga”, subrayó.
El mensaje, más allá del protocolo, tuvo un contenido político afilado: devolver al Senado el carácter de “Casa de la razón, la justicia y la dignidad”. En un país donde la polarización se traduce en insultos y descalificaciones, hablar de razón y dignidad no es un gesto retórico, sino una apuesta por rescatar el sentido original de la deliberación pública.
La presidenta del Senado, sin rodeos, refrendó su compromiso con la izquierda y con el movimiento encabezado por Andrés Manuel López Obrador, al que definió como un liderazgo transformador que encontró continuidad en la llegada de Claudia Sheinbaum a la Presidencia de la República. Para Castillo Juárez, no se trata de repetir consignas, sino de traducir los principios de igualdad, justicia social y libertad en leyes y acuerdos que toquen la vida real de las y los ciudadanos.
El tono progresista de su discurso también dejó en claro su convicción de abrir el Parlamento a la diversidad. Pidió que la Cámara Alta sea un espacio donde fluyan con libertad las ideas, sin exclusiones, porque —dijo— nada justifica manchar la democracia con prejuicios o violencias disfrazadas de debate. Su llamado a legislar con perspectiva de justicia social, libertad de pensamiento y respeto a las diferencias apunta a un Senado menos reactivo y más propositivo.
En un gesto de autocrítica institucional, Castillo Juárez afirmó que asume el cargo como un mandato pleno del Pleno: “Me debo al Pleno”, repitió, recordando que su papel no será el de árbitro parcial, sino el de garante del buen funcionamiento de la asamblea. No se trata solo de llevar la campanilla y ordenar las intervenciones, sino de asegurar que la Cámara cumpla con su papel constitucional de contrapeso y deliberación.
El simbolismo de su llegada también recae en la historia personal y colectiva de quienes han creído en un proyecto de nación desde la izquierda. Castillo Juárez dedicó su gratitud a mujeres y hombres libres que, desde distintos frentes, han tejido con terquedad un camino de justicia social. Esa memoria militante, trasladada ahora a la presidencia del Senado, busca imprimirse en la dinámica parlamentaria de los próximos meses.
En suma, el discurso inaugural de Laura Itzel Castillo Juárez no se quedó en los lugares comunes de la cortesía política. Fue, más bien, un trazo de ruta que combina la solemnidad histórica con el pragmatismo legislativo. Con un tono entre combativo y conciliador, planteó un Senado que sea más foro de altura que escenario de pleitos. El reto está en la práctica: si sus colegas atienden el llamado, podría abrirse una nueva etapa en la vida parlamentaria; si no, su discurso quedará como otro intento frustrado en el largo historial de promesas institucionales.
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