Las ciudades están alterando el reloj biológico de las plantas con su luz artificial

Las noches en la ciudad nunca son completamente oscuras. Farolas, escaparates y pantallas iluminadas bañan las calles en un resplandor constante que, según un nuevo estudio publicado en Nature Cities, está alterando profundamente los ciclos naturales de las plantas. La investigación, que analizó datos satelitales de 428 ciudades del hemisferio norte entre 2014 y 2020, descubrió que la combinación de luz artificial y el efecto «isla de calor» urbano hace que los árboles broten casi 13 días antes en primavera y conserven sus hojas 11 días más en otoño en comparación con entornos rurales.

Este fenómeno, que extiende la temporada de crecimiento vegetal hasta tres semanas adicionales, tiene implicaciones ecológicas aún no del todo comprendidas. Lin Meng, investigadora de la Universidad de Wuhan y autora principal del estudio, explica que mientras el calor urbano influye principalmente en el inicio temprano de la primavera, la luz artificial nocturna es el factor dominante en el retraso del otoño. «Las plantas perciben la luz incluso en niveles bajos, lo que les hace ‘creer’ que los días son más largos», señala.

De Nueva York a Pekín: un patrón global con variaciones

El análisis abarcó metrópolis como París, Toronto y Pekín, revelando tendencias consistentes pero con matices regionales. Europa mostró los brotes primaverales más precoces, seguida de Asia y Norteamérica, pese a que las ciudades estadounidenses y canadienses son las más iluminadas. Además, el impacto fue más evidente en climas templados con veranos secos y en zonas frías sin estación seca.

Un hallazgo preocupante es que la transición global a iluminación LED —más eficiente pero con mayor componente de luz azul, a la que las plantas son sensibles— podría estar intensificando este efecto. «Las longitudes de onda azules son clave para regular los ritmos circadianos vegetales», advierte Meng.

Ecología urbana: un nuevo desafío para la planificación

El estudio subraya la necesidad de diseñar políticas de iluminación urbana que equilibren seguridad y funcionalidad con la preservación de los ecosistemas. Soluciones como dirigir las luces hacia el suelo, usar longitudes de onda menos disruptivas o crear «corredores oscuros» en parques podrían mitigar el impacto.

Mientras tanto, este reloj biológico alterado plantea preguntas urgentes: ¿Cómo afectará a polinizadores que dependen de ciclos sincronizados? ¿Podrían algunas especies volverse invasoras al ganar ventaja competitiva? Las ciudades, al modificar sin querer los ritmos de la naturaleza, han creado un experimento global cuyas consecuencias recién comenzamos a entender.

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