«Flores de la Llanura»: cuando el telar habla más fuerte que la ley

Por Bruno Cortés

 

A veces, un documental puede decir lo que miles de discursos no logran. Y así fue con «Flores de la Llanura», una obra dirigida por Mariana Xochiquétzal Rivera García, que se proyectó en la Cámara de Diputados gracias al Espacio Cultural, liderado por el maestro Elías Robles Andrade. No fue una función cualquiera: era el Día Naranja —ese que cada mes nos recuerda que la violencia contra mujeres y niñas no ha desaparecido— y el marco no pudo ser más potente: el Año de la Mujer Indígena.

La sala no solo se llenó de imágenes y sonidos, sino de realidades que muchas veces se quieren ignorar. Porque hablar de violencia contra las mujeres indígenas no es hablar de una sola violencia: es hablar de discriminación por género, por lengua, por clase social, por territorio. Así lo dijo Robles Andrade con claridad y sin rodeos. Las mujeres indígenas enfrentan el doble, a veces el triple de obstáculos, y eso tiene que reconocerse.

Después del documental, vino el conversatorio. Cecilia Valencia Calderón tomó el micrófono, y con él, la voz de muchas mujeres de su tierra, de sus comunidades. Valencia no solo sabe de leyes y derechos humanos, también sabe lo que significa luchar desde las entrañas de la montaña, donde no hay juzgados con rótulos, pero sí sistemas normativos que intentan hacer justicia a su manera. Ella lo dijo sin dramatismos, pero con mucha verdad: “Feminicidio” no tiene traducción en lenguas indígenas. No es que no ocurra; es que no hay una palabra para nombrarlo.

Esa ausencia, explicó, es un reflejo brutal de cómo el sistema legal del Estado no siempre dialoga con las realidades culturales del país. Y cuando no hay palabra, muchas veces tampoco hay denuncia, ni acceso a la justicia. Porque para que una mujer indígena pueda hablar ante una autoridad, necesita más que valor: necesita que haya una traductora, una intérprete, alguien que la escuche en su idioma y en su contexto.

Valencia insistió en algo que muchas veces se olvida en las políticas públicas: no basta con tener leyes bonitas, hay que ponerles dinero. Presupuesto para intérpretes, para defensoras comunitarias, para campañas en lenguas originarias. Porque si no, el derecho se convierte en privilegio, y la justicia en una pelea constante.

El documental también se tejió, literalmente, en un telar de cintura. Un telar que, más que textil, es símbolo: de memoria, de comunidad, de historias que se entrelazan. “El textil es cuerpo”, dijo Valencia, y con eso nos recordó que las luchas no siempre están escritas en papel; a veces se bordan, se cantan, se cuentan en lengua madre.

Flores de la Llanura no solo se proyectó en la Cámara. Se sembró en la conciencia de quienes estuvieron ahí. Y aunque todavía falta mucho por hacer, estos espacios —cuando se llenan de verdad, de arte y de comunidad— pueden ser el primer hilo de una nueva narrativa: una donde la justicia no tenga que traducirse, porque ya nació entendiendo todas las lenguas.

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