Fernández Noroña: entre el escándalo y las acusaciones que no se borran

Por Bruno Cortés

Gerardo Fernández Noroña, ha construido su carrera política a base de polémicas y confrontaciones, pero detrás de sus discursos incendiarios y gestos teatrales en el Pleno, persiste un historial cargado de acusaciones graves: nepotismo, corrupción, violencia verbal y hasta señalamientos de agresión física. Sus episodios en San Lázaro y en el Senado han dejado la impresión de un político más cercano al espectáculo que al debate democrático.

El primer gran desencuentro llegó en septiembre de 2018, cuando el entonces presidente de la Mesa Directiva, Porfirio Muñoz Ledo, le negó sistemáticamente la palabra. Noroña respondió con gritos e increpaciones, lo que derivó en acusaciones mutuas de agresión. Muñoz Ledo aseguró haber sido agredido físicamente por el petista, un hecho que calificó de “inaceptable”. Desde entonces, quedó sembrada la idea de que el legislador confunde el foro parlamentario con una arena de gladiadores.

En febrero de 2020, los reflectores volvieron a apuntarlo cuando exempleados irrumpieron en San Lázaro con pancartas que lo tachaban de “simulador, violento, mentiroso y vulgar ambicioso”. La escena, digna de un teatro del absurdo, dejó al descubierto denuncias más serias: despidos injustificados, falta de prestaciones y, lo más preocupante, la acusación de tener a familiares en nómina sin trabajar efectivamente. El nepotismo, ese cáncer que corroe la política mexicana, aparecía de nuevo, esta vez ligado a Noroña.

Un día antes de esa protesta, Martha Angélica Ojeda había interpuesto denuncias formales ante la Auditoría Superior de la Federación, el INE, la FGR y la Contraloría de la Cámara de Diputados. Los señalamientos incluían corrupción, lavado de dinero, evasión fiscal y el manejo opaco de recursos. Incluso solicitó el respaldo de legisladoras de Morena para acudir a la Unidad de Inteligencia Financiera. El expediente parecía explosivo, pero, como tantas veces en México, las investigaciones se diluyeron entre la opacidad y la indiferencia institucional.

En septiembre de ese mismo año, la denunciante volvió a exigir avances, justo cuando Noroña buscaba presidir la Mesa Directiva. La paradoja era evidente: un legislador con acusaciones de corrupción y nepotismo pretendía convertirse en árbitro de la vida parlamentaria. El discurso anticorrupción se desmoronaba frente a los hechos concretos que lo perseguían.

Los altercados tampoco han sido menores. En agosto de 2025, ya desde la Comisión Permanente en el Senado, lanzó un reto directo al panista Federico Döring: “Estoy a sus órdenes en el terreno que quiera”. La frase, más propia de un duelo callejero que de un recinto legislativo, retrató la facilidad con la que Noroña convierte el debate en confrontación personal. Si la política es un ring, Noroña parece disfrutar cada round, aunque el costo sea la degradación del debate público.

La confrontación con el PAN también ha dejado episodios grotescos. En San Lázaro, se trenzó en una discusión con Raúl Gracia Guzmán, quien lo llamó “cobarde y porrista de asesinos”. El intercambio escaló hasta convertirse en una trifulca a gritos, mientras Noroña retomaba la polémica frase del historiador Pedro Salmerón sobre los asesinos de Eugenio Garza Sada. La Cámara, en lugar de ser espacio de acuerdos, se convirtió en un mercado de insultos.

El problema no es únicamente de formas. Los señalamientos sobre financiamiento irregular en viajes nacionales e internacionales, la opacidad en el manejo de recursos legislativos y la sombra de denuncias penales dibujan a un político cuya credibilidad se erosiona cada vez más. Noroña suele refugiarse en el discurso de víctima del “sistema” y de los “medios adversos”, pero los expedientes abiertos y las protestas públicas lo exhiben con crudeza.

En un país donde la política suele confundirse con espectáculo, Fernández Noroña representa la caricatura del legislador que privilegia el escándalo sobre la rendición de cuentas. Entre acusaciones sin resolver, pleitos verbales y desplantes de violencia, su figura sigue despertando titulares, pero difícilmente inspira confianza ciudadana. Lo que debería ser un representante del pueblo parece más bien un personaje atrapado en su propio teatro de confrontación.

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