En el tablero de la economía nacional, los números presumen músculo pero la realidad en la calle cuenta otra historia. La Secretaría de Bienestar ha desplegado una red masiva que hoy cubre a 32 millones de beneficiarios, logrando que el cheque del gobierno llegue a ocho de cada diez hogares mexicanos. Este flujo de efectivo, sumado a los aumentos en el salario y las remesas, logró que 13.4 millones de personas brincaran la tranca de la pobreza entre 2018 y 2024, reduciendo la pobreza multidimensional al 29.6%.
Sin embargo, al echarle lupa a los datos, se descubre que la «lana» de los programas no es mágica por sí sola. Del gran total de personas que salieron del bache económico, se estima que entre 4.2 y 4.5 millones lo hicieron estrictamente gracias a las transferencias monetarias directas. Estos apoyos funcionaron como un salvavidas urgente, rescatando a casi 2 millones de mexicanos de la pobreza extrema, evitando que cayeran en un hoyo financiero del que es casi imposible salir sin ayuda del Estado.
Pero aquí es donde la puerca tuerce el rabo: lo que entra a la bolsa derecha del pantalón, se está saliendo por la izquierda para pagar la salud. Mientras los ingresos mejoraban, el acceso a la salud pública sufría un descalabro monumental. Para el cierre de 2024, la cifra de mexicanos con carencia de acceso a servicios de salud se disparó a 50.4 millones; es decir, 30 millones de compatriotas más que en el sexenio pasado se quedaron sin el paraguas de una institución pública, quedando a la intemperie ante cualquier enfermedad.
Este fenómeno ha generado lo que los expertos llaman una «transferencia inversa». Las familias reciben la pensión o la beca, pero terminan entregándola en la ventanilla de la farmacia de la esquina. El gasto de bolsillo en salud aumentó un 41%, y específicamente el gasto para comprar medicinas se duplicó. Aquellos hogares que antes desembolsaban un promedio de 222 pesos trimestrales, hoy tienen que soltar cerca de 480 pesos, y la cifra se va al cielo si hay enfermos crónicos en casa.
La falta de medicamentos en el sector público no es un mito urbano, es una realidad que pega duro. Tan solo en el IMSS se dejaron de surtir 11 millones de recetas en el último año reportado. Ante el «no hay», la gente no se queda de brazos cruzados y ha migrado masivamente al sector privado. Los consultorios adyacentes a farmacias crecieron un 33%, convirtiéndose en el consultorio de cabecera para los más pobres, quienes pasaron de usar estos servicios un 13% en 2018 a casi un 25% en la actualidad.
Para ponerle nombre y apellido al drama: un adulto mayor que recibe su Pensión del Bienestar de 3,000 pesos mensuales, pero que padece diabetes, se enfrenta a una matemática cruel. El tratamiento privado para controlar su azúcar (consulta, metformina, insulina y tiras reactivas) oscila entre los 2,000 y 3,800 pesos al mes. En muchos casos, el apoyo federal no alcanza ni para cubrir la receta completa, dejando cero margen para alimentos o servicios básicos.
Las enfermedades que más están vaciando los bolsillos de la raza son, irónicamente, las más comunes y letales: padecimientos del corazón y diabetes mellitus. Estos males no se curan con un té, requieren tratamiento de por vida, lo que convierte el gasto en salud en una renta mensual obligatoria que se come los aumentos salariales y las ayudas gubernamentales.
El panorama se completa con el cáncer y las enfermedades del hígado, que representan gastos catastróficos capaces de quebrar la economía de cualquier familia de clase media o baja. La migración forzada hacia la medicina privada evidencia que, aunque hay más dinero circulante en los hogares, la vulnerabilidad sanitaria es mayor hoy que hace seis años.
Al final del día, el balance es agridulce. Los programas sociales han sido un dique de contención vital contra la pobreza extrema, pero la crisis en el sistema de salud actúa como una fuga de agua que no deja llenar el tinaco del bienestar familiar. La gente tiene más efectivo, sí, pero ese dinero está sirviendo para subsidiar las obligaciones que el sistema de salud público dejó de cumplir.















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