Cuando pensamos en lluvia, solemos imaginar plantas felices, verdes y llenas de vida. Y aunque es cierto que el agua de lluvia es un regalo natural, también puede convertirse en un verdadero problema cuando se acumula en exceso, sobre todo en las macetas. Muchos jardineros urbanos creen que la naturaleza se encargará de todo, pero la realidad es que cuando las plantas reciben más agua de la que pueden procesar, los daños no tardan en aparecer: raíces podridas, hongos y plantas marchitas son algunas de las consecuencias más comunes.
El agua es vital para las plantas, pero como dice el dicho, “ni muy muy, ni tan tan”. Cuando las macetas no tienen un buen drenaje, el agua queda atrapada y las raíces literalmente se ahogan. Esto provoca la pérdida de oxígeno en el sustrato y abre la puerta a uno de los peores enemigos de cualquier jardinero: la pudrición radicular. Este problema, que muchas veces pasa desapercibido al principio, comienza a manifestarse con hojas amarillas, mal olor en la tierra y un aspecto decaído de la planta. Si no se atiende, la planta puede morir.
Además de la falta de oxígeno, el exceso de humedad genera las condiciones ideales para la aparición de hongos. Estos organismos se desarrollan con rapidez cuando el sustrato está húmedo por largos periodos y el aire no circula bien. Los hongos no solo afectan las raíces, sino que pueden atacar el tallo y las hojas, debilitando a la planta desde dentro. Por eso, aunque la lluvia no es el enemigo, sí debemos aprender a controlarla y manejarla correctamente.
El primer paso fundamental es asegurarse de que las macetas tengan un drenaje adecuado. Muchas veces usamos macetas decorativas sin agujeros, o con orificios tan pequeños que, ante una lluvia intensa, simplemente no dan abasto. En estos casos, lo mejor es perforar más orificios si el material lo permite o, si no es posible, optar por la técnica de la doble maceta: una interna con buen drenaje y otra externa que sirva como recolector. También es muy útil colocar una capa de grava, tezontle o trozos de cerámica en el fondo de la maceta para mejorar la salida del agua y evitar que el sustrato se apelmace.
Otro detalle importante es elegir el sustrato adecuado. Algunos retienen demasiada agua, especialmente los que tienen mucha turba o composta fina. Lo ideal es usar mezclas más aireadas que permitan que el agua fluya mejor. Una combinación de tierra negra con fibra de coco, perlita o vermiculita es perfecta para este propósito, ya que mantiene las raíces oxigenadas y evita los encharcamientos.
Si las lluvias son intensas y constantes durante varios días, es conveniente mover las macetas a espacios cubiertos o protegidos, como patios techados, balcones o incluso debajo de mesas. Si no puedes moverlas todas, da prioridad a las más pequeñas, las que están en floración o las recién trasplantadas. También es útil inclinar ligeramente las macetas para facilitar la salida del agua y utilizar platos o charolas con piedras para que el fondo de la maceta no quede sumergido en el agua acumulada.
Hay quienes intentan proteger sus macetas cubriéndolas con bolsas plásticas, pero esta práctica puede ser contraproducente porque limita la ventilación y crea un ambiente perfecto para que los hongos se reproduzcan. En lugar de eso, lo mejor es usar una malla sombra que permita el paso del aire pero reduzca la cantidad de agua que cae directamente sobre las plantas.
Después de las lluvias, es fundamental revisar tus macetas. Si percibes un olor ácido o a podrido, si ves moho blanco o manchas oscuras en el tallo, probablemente ya haya hongos presentes. En estos casos puedes espolvorear canela en polvo, aplicar carbón activado o utilizar fungicidas naturales como extracto de ajo o decocción de cola de caballo para detener el avance del problema.
Proteger tus macetas de la lluvia no requiere grandes inversiones ni estructuras complicadas. Con un poco de atención, revisando el drenaje, usando sustratos adecuados y haciendo pequeños ajustes en el espacio donde tienes tus plantas, puedes asegurarte de que la temporada de lluvias sea una aliada, no una amenaza. La clave está en no confiarse y anticiparse a los excesos del clima.
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