Por Bruno Cortés
La frontera entre Estados Unidos y México vive un momento inédito. Tanques Stryker, soldados de élite y tecnología militar de última generación han sido desplegados en Nogales, Arizona, transformando el paisaje habitual en una línea de vigilancia intensiva. La escena no es simbólica: es una nueva realidad fronteriza donde el ejército ya no sólo observa, sino que se prepara para intervenir directamente.
Los soldados provienen de Fort Carson, Colorado, y están equipados con cámaras térmicas e infrarrojas montadas en los vehículos Stryker. Esta tecnología permite detectar movimientos tan pequeños como los de un ratón, incluso a una milla de distancia. Esa capacidad —describen fuentes militares— busca eliminar puntos ciegos y anticipar cualquier cruce no autorizado en la franja limítrofe.
Pero el componente más revelador de esta operación no es la tecnología, sino el cambio de reglas. El expresidente Donald Trump autorizó una medida que permite al ejército tomar el control de una franja de 18 metros de terreno federal a lo largo de la frontera, desde California hasta Nuevo México. Esta zona ahora puede ser considerada como instalación militar, lo que da pie a una acción inédita: los soldados podrían realizar detenciones.
Hasta ahora, esa función estaba reservada exclusivamente a agentes civiles de la Patrulla Fronteriza. Pero con esta nueva figura legal, cualquier persona que cruce ese tramo estaría entrando en una zona de competencia militar, lo que legaliza la intervención directa de los soldados estadounidenses en tareas de control migratorio.
En Nogales, las tanquetas equipadas con lanzacohetes y ametralladoras están apostadas en zonas cercanas a escuelas y centros comunitarios. Aunque esto ha generado preocupación en la población civil, algunos sectores ven el despliegue como un mensaje claro de disuasión contra el crimen organizado y el tráfico humano.
El modelo Stryker utilizado tiene un diseño pensado para escenarios bélicos, con movilidad táctica, protección balística y capacidad de respuesta inmediata. La combinación de estos vehículos con sistemas de vigilancia térmica posiciona a Estados Unidos en una nueva etapa de control territorial, mucho más activa y militarizada que la simple construcción de un muro.
Desde el discurso oficial, esta acción se presenta como un esfuerzo por proteger la soberanía y garantizar la seguridad en la frontera sur. Pero para organizaciones civiles y especialistas en derechos humanos, el paso representa un riesgo grave: la militarización excesiva de la frontera puede traducirse en violaciones a derechos fundamentales y criminalización de los migrantes.
La falta de comunicación institucional clara sobre los alcances de esta estrategia no ayuda a reducir la incertidumbre. Las autoridades locales no han recibido detalles sobre la duración del despliegue ni sobre la coordinación entre ejército y cuerpos civiles. En el lado mexicano, la sorpresa ha sido total.
Aún está por verse el impacto a largo plazo de esta medida, tanto en lo político como en lo humano. Lo que es claro es que la frontera ya no es la misma. De ser un punto de vigilancia pasiva, ha pasado a convertirse en una línea activa de defensa militar. Para muchos, este cambio podría marcar el inicio de una nueva era: una donde el ejército tiene tanto poder como la ley.
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