Ricardo Monreal pide respeto y eleva el tono ético en la Cámara.

Por Bruno Cortés

En un recinto envuelto por el eco de voces tensas y miradas de escepticismo, Ricardo Monreal Ávila, presidente de la Junta de Coordinación Política (Jucopo) y coordinador de Morena en la Cámara de Diputados, tomó la palabra para apaciguar los ánimos en uno de los debates más álgidos de los últimos meses. La madrugada avanzaba en San Lázaro mientras el aire se impregnaba del olor a café recalentado y papeles manoseados, testigos silentes de las horas de discusión sobre la reforma a la Ley Federal de Competencia Económica y la Ley de Entidades Paraestatales.

Monreal, con voz serena y gesto firme, llamó a los legisladores de todas las bancadas a recuperar la compostura y elevar el nivel del debate. En un tono que oscilaba entre el maestro de ceremonias y el guardián de las formas democráticas, el diputado zacatecano recordó que la tribuna es un espacio de libertad, pero también de responsabilidad. “Yo puedo estar en contra de lo que dices, pero defendería con mi vida el que lo digas”, soltó, mientras algunos de sus compañeros de escaño evitaban cruzar miradas, conscientes de lo que el mensaje implicaba.

El líder morenista, en un giro que combinó pedagogía política y memoria histórica, trajo a colación los años en que fue oposición. Describió con crudeza aquellos tiempos en los que sesionar implicaba hacerlo bajo la sombra de soldados y policías; tiempos que —subrayó— no desea reeditar como parte de la mayoría. Su relato, cargado de imágenes vívidas, dibujó un contraste entre el pasado de imposición y el presente que, aunque lleno de fricciones, aspira a ser de respeto y tolerancia.

A pesar del ambiente cargado de tensiones, Monreal encontró espacio para subrayar lo positivo: la voluntad de los grupos parlamentarios para, al menos en lo formal, haber alcanzado un acuerdo previo. Con ironía sutil, celebró que en Morena “se honra la palabra”, y deslizó el deseo de que los aliados del PT y el resto de las bancadas respondan con la misma altura.

En un ejercicio que pocos esperaban, Monreal evitó caer en el lugar común de las descalificaciones. En cambio, invitó a los diputados a una reflexión profunda: que el pueblo escuche y juzgue, que compare las razones de cada quien. El salón, acostumbrado a los gritos y al golpeteo de los curules, quedó por momentos en un silencio expectante, como si la asamblea dudara entre el impulso de la confrontación y la necesidad de la sensatez.

El legislador no ocultó el respaldo total de Morena a las iniciativas del Ejecutivo. Con un lenguaje directo, sin rodeos ni adornos, dejó claro que el grupo mayoritario seguirá defendiendo el proyecto de la presidenta Claudia Sheinbaum. Y lo hizo sin pretensiones demagógicas, como él mismo señaló, sino como parte de un compromiso político asumido de cara a la ciudadanía.

En un entorno donde la política suele parecer un teatro de simulación, la intervención de Monreal tuvo el mérito de poner sobre la mesa un valor en peligro de extinción: la cordura. Su llamado a la ética del debate y a la dignidad parlamentaria recordó que el fondo de las reformas no solo se juega en los textos legales, sino en la manera en que quienes los discuten se comportan frente a la nación.

Así, mientras el reloj marcaba el avance inexorable de la madrugada y los legisladores se preparaban para votar en lo general y lo particular, quedó el eco de un exhorto que, por un instante, pareció calar en la conciencia colectiva: el respeto es la base de cualquier democracia que aspire a perdurar. Y en estos tiempos, eso ya es ganancia.

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