En la vida cotidiana de la CDMX y de muchas otras ciudades del país, la escena se repite: la jornada formal termina, pero el celular sigue encendido para responder correos, chats de trabajo y grupos de WhatsApp de la oficina. La idea de estar “siempre disponible” se volvió norma no escrita en muchas organizaciones, aunque la evidencia médica y legal apunta en la dirección contraria: la higiene de la desconexión y el derecho a no contestar fuera de horario son hoy un tema de salud pública.
Desde 2019, la Organización Mundial de la Salud (OMS) reconoce el burnout como un fenómeno laboral derivado del estrés crónico mal gestionado. Lo describe por tres rasgos centrales: agotamiento extremo, distancia mental frente al empleo y sensación de menor eficacia profesional. En la práctica, esto se traduce en trabajadores que llegan al límite: cansancio constante, intolerancia al error y dificultad para concentrarse, incluso cuando “ya descansaron”.
La hiperconexión digital funciona como un acelerador de este desgaste. Diversos estudios en neurociencia han demostrado que el uso constante del celular incrementa los niveles de cortisol, la hormona del estrés, incluso cuando el teléfono solo está a la vista o suena una notificación. A esto se suma que las alertas repetidas a lo largo del día mantienen al sistema nervioso en un estado de “lucha o huida”, una activación que complica la recuperación física y mental.
El uso intensivo de pantallas en la noche también reduce la producción de melatonina, lo que afecta el ciclo sueño–vigilia, deteriora el descanso y disminuye el rendimiento cognitivo. Encuestas realizadas en América y Europa muestran que una gran mayoría de jóvenes utiliza pantallas en la cama antes de dormir y presenta síntomas de insomnio nocturno. En el día a día chilango, esto significa revisar un chat laboral en la cama de un departamento en Iztapalapa, Azcapotzalco o la Narvarte, dormir mal y empezar el día siguiente con la mente en piloto automático.
En este contexto, la higiene de la desconexión consiste en crear “esclusas de aire” entre la vida laboral y la vida personal: momentos claros donde el sistema nervioso recibe la señal de que la jornada terminó. No se trata solo de apagar notificaciones, sino de estructurar horarios fijos, rituales breves de cierre —como ordenar pendientes o separar el espacio físico de trabajo— y actividades que marquen la transición, desde una caminata corta hasta el trayecto en transporte sin revisar el correo.

El tema ya no es solo individual. En México, el derecho a la desconexión digital fue incorporado a la Ley Federal del Trabajo a través de las reformas sobre teletrabajo. La norma establece que los empleadores deben respetar el tiempo de descanso, permisos, vacaciones y la vida privada de las personas trabajadoras, sin exigir actividades fuera del horario pactado. Esto reconoce que la flexibilidad tecnológica no puede convertirse en disponibilidad infinita.
En la Ciudad de México también se avanzó en este ámbito. En 2025, el Congreso capitalino aprobó reformas para reconocer el derecho a la desconexión digital como un derecho laboral, lo que obliga a las instituciones públicas y privadas a implementar políticas internas que prevengan la sobrecarga tecnológica fuera de la jornada.
Pese a ello, las prácticas laborales siguen rezagadas. Investigaciones en otros países muestran que, aun con leyes vigentes, una proporción importante de trabajadores continúa recibiendo mensajes laborales en vacaciones, fines de semana o por la noche, lo que dificulta la desconexión real. En México, la cultura de “estar siempre en línea” sigue arraigada, especialmente en sectores donde WhatsApp se volvió herramienta central de coordinación.
Las recomendaciones más frecuentes de especialistas incluyen definir una “hora de cierre” diaria, activar el modo “no molestar”, evitar que el celular entre a la recámara y no abrir aplicaciones laborales en los primeros minutos del día. En el entorno chilango, donde los horarios extendidos y el home office son comunes, estas medidas pueden adaptarse mediante acuerdos claros con jefaturas, reglas de envío de mensajes y la creación de espacios específicos para trabajar.
Las organizaciones también tienen una responsabilidad clave. La legislación apunta a que la desconexión no puede depender únicamente de la voluntad individual. Se requieren políticas internas con horarios definidos, protocolos para emergencias y capacitación para evitar que la cultura del mensaje fuera de horario se normalice. Empresas que han aplicado estas medidas reportan menos ausentismo, mejor clima laboral y mayor productividad sostenida.
Al final, la higiene de la desconexión no busca frenar el desempeño, sino garantizar que las personas puedan sostenerlo sin llegar al agotamiento extremo. Permitir que el sistema nervioso salga del modo de alerta, consolidar el sueño y recuperar espacios personales sin ruido digital es una condición básica para una vida laboral saludable en una ciudad que nunca se detiene.
















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