A lo largo de la historia, millones de personas han experimentado una dolorosa verdad: los perros grandes suelen vivir mucho menos que los pequeños. La diferencia puede ser tan marcada que un gran danés apenas supera los siete años, mientras un caniche toy puede alcanzar los 18 o incluso más. Esta realidad, lejos de ser anecdótica, es parte de un fenómeno multifactorial sobre el que aún queda mucho por estudiar, señala el doctor José Guadalupe Aranda, académico de la Facultad de Medicina Veterinaria y Zootecnia de la UNAM.
De acuerdo con el especialista, la clave para comprender por qué los perros pequeños tienen una mayor esperanza de vida está en el metabolismo. Los perros de gran tamaño tienen órganos que deben trabajar con más intensidad: sus corazones deben bombear más fuerte para distribuir sangre a todo su cuerpo, y sus tejidos consumen más energía y recursos. Este ritmo acelerado de desgaste fisiológico hace que envejezcan más rápido. Por eso, explica Aranda, es más preciso hablar de “años metabólicos” que de “años perro”, ya que este último concepto es vago y poco útil para hacer comparaciones reales.
Pero el tamaño no es el único factor. Las diferencias entre razas son tan grandes —un chihuahua puede pesar dos kilos y un san bernardo hasta 80— que generalizar resulta complicado. A esto se suma la diferencia entre edad cronológica (años vividos) y edad biológica (condición física y celular), un concepto que también se aplica a los humanos y que ayuda a entender por qué algunos perros parecen más longevos o envejecen con mayor lentitud que otros.
Las condiciones de vida también cuentan. Un perro que habita dentro del hogar, que recibe cuidados, atención médica y una buena alimentación, tiene mayores probabilidades de vivir más que uno que permanece en una azotea o en condiciones precarias. De igual forma, el entorno geográfico influye: no es lo mismo un perro criado en un país con acceso a servicios veterinarios que uno nacido en contextos con limitados recursos.
Paradójicamente, muchas de las causas de una vida más corta en los perros provienen del ser humano. Aunque los perros y los lobos comparten el 99.9% de su ADN, el 0.1% restante ha sido manipulado por el hombre para lograr determinados rasgos estéticos, muchas veces a costa del bienestar del animal. Así lo señala también la literatura, como ocurre en la novela Delatora, de Joyce Carol Oates, donde se denuncia el sufrimiento de un bulldog miniatura producto de una crianza más enfocada en lo visual que en la salud.
La ciencia respalda esta preocupación. Los perros braquicéfalos, como los bulldogs o pugs —reconocibles por su hocico chato— viven menos que aquellos de hocico largo o medio. Sus problemas respiratorios crónicos, su propensión a enfermedades cardíacas y sus altas tasas de cáncer están relacionados con alteraciones genéticas provocadas por cruzas selectivas. Aranda no duda en calificar esto como una consecuencia “terrible” de la vanidad humana.
Otro elemento que puede restar años de vida es la moda de ofrecer dietas poco adecuadas. Alimentar a un perro con comida cruda (dieta BARF) lo expone a infecciones como la salmonela, mientras que imponerle una dieta vegana puede privarlo de nutrientes esenciales. Aunque los perros no son carnívoros estrictos como los gatos, su biología aún requiere de proteínas animales para mantenerse sanos. Por ello, el experto recomienda mantener una dieta balanceada y tradicional como una forma comprobada de mejorar la longevidad.
Más allá de lo genético o metabólico, hay decisiones cotidianas que marcan la diferencia. Un perro con sobrepeso, sin revisiones médicas ni una dieta adecuada, muy probablemente vivirá menos. En cambio, aquellos que reciben atención veterinaria regular —especialmente al envejecer— pueden detectar y tratar a tiempo enfermedades que comprometen su calidad y esperanza de vida. Para razas gigantes, la vejez inicia tan pronto como a los cuatro años, y en perros pequeños, desde los siete. Estudios como radiografías, ecocardiogramas o análisis de sangre son herramientas clave para cuidar su salud.
A pesar de los retos, el profesor Aranda es optimista: la investigación en longevidad canina avanza con rapidez, como lo ha hecho la medicina humana. La meta no es solo prolongar los años de vida, sino asegurar que esos años sean de calidad. “Afortunadamente, hay mucho que podemos hacer para darles una mejor existencia a nuestros compañeros de vida y lograr que estén con nosotros durante más tiempo”, concluye el especialista.
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